El pasado 30 de octubre, apenas diez días después del cese definitivo de la lucha armada por parte de ETA, GARA publicaba una emotiva carta titulada "Desahogo''. Su autora era Axun Lasa, hermana de Joxean Lasa, secuestrado y muerto a manos de la Guardia Civil en 1983. En ella, Axun Lasa narraba algo que nunca había contado, que también fue torturada: «Antes de salir del edificio oficial, me hicieron firmar en un papel mi eterno silencio. Tal vez todavía no me haya perdonado por ello. Pero ¿quién me iba a creer? La bolsa, los electrodos, las flexiones, los tirones de pelo, el perro que soltaron, nada de eso deja huellas físicas. Tampoco el viaje, desde Donostia a Madrid, esposada, con el culo apoyado encima de una chapa metálica, en la parte trasera de un Land Rover sin asiento y sin respaldo. Ni las amenazas que me obligaban a escuchar sin permiso para levantar la cabeza. Ni la manta que me tapaba entera al salir del coche. Ni los gritos. Ni la obligación de permanecer de pie, delante de la mirilla de la celda, sin que pudiera sentirme cansada, cansadísima...».
No es el único caso. El escritor euskaldun Joan Mari Torrealdai necesitó varios años para admitir, en una entrevista en televisión, que había sido torturado cuando lo detuvieron en la redada contra "Egunkaria''. Otros se llevaron a la tumba su secreto o viven sin contarlo, bien por temor, por necesidad de superar el shock, por evitar hacer daño a su entorno... Euskal Memoria está hallando también numerosos casos de personas que simplemente no han dado relevancia a los maltratos padecidos, aunque les dejaran lesiones físicas o secuelas sicológicas de por vida. Lo interiorizaron como algo «normal» dentro de la anormalidad de un conflicto armado.
Euskal Memoria se ha lanzado a tratar de elaborar un censo de torturados de los últimos 50 años. A los motivos de pura memoria histórica (saber la verdad) se suma ahora una necesidad política. Si llega el tiempo de encarar las consecuencias del conflicto, elaborar la lista de víctimas de torturas se convierte en algo imprescindible, subraya Arantxa Erasun desde la fundación Euskal Memoria.
Y la labor resulta muy ambiciosa. Según sus estimaciones, en los últimos 50 años se han producido en Euskal Herria cerca de 10.000 casos de tortura. El cociente se obtiene aplicando el porcentaje comprobado de maltratos en detenciones políticas al total de arrestos de este tipo en estas cinco décadas, que está en torno a los 35.000, con las correspondientes correcciones derivadas de los cambios en las actuaciones policiales en los distintos periodos. Pues bien, Erasun explica que, de esos 10.000 casos, «solo están censados unos 2.500». El objetivo del trabajo de campo de los próximos meses es ir mucho más allá, todo lo que se pueda.
Los hechos y sus efectos
En el trabajo de recopilación que se está realizando, pueblo a pueblo y basado en el auzolan, se intenta no solo detectar e identificar los casos de tortura. También se realizan entrevistas a los que muestren alguna peculiaridad relevante. Y no se trata exclusivamente de contar lo que pasó, «sino también sus consecuencias, en muchos casos de por vida. Están aflorando ejemplos de problemas sicológicos, alcoholismo, muertes...».
Las recopilaciones de Torturaren Aurkako Taldea desde 1999 componen una base sólida para reconstruir la última década, pero resulta bastante más difícil sacar a la luz lo ocurrido en los 60 o los 70. Muchas personas explican que simplemente no contaron lo que les habían hecho «porque no había dónde denunciar». Pero Euskal Memoria sí constata que el nuevo tiempo abierto en Euskal Herria está contribuyendo a que muchas personas quieran, como Axun Lasa, sacar a la luz su verdad.
El trabajo resulta tan laborioso que en algunas localidades se está distribuyendo por décadas. Cada caso nuevo es a su vez otro hilo del que tirar, igual que los listados de detenciones difundidos por Euskal Memoria hace dos años sirvieron para destapar más arrestos desconocidos.
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