“Estamos hartos de que nos traten como a delincuentes. Somos trabajadores que luchamos contra un gran abuso: tratan de eliminar nuestra forma de vida”. Así de contundente es José Luis. Con voz muy ronca y un fuerte acento asturiano dice que las barricadas son la única forma de lucha que conoce. “Mi abuelo luchó en el 34, mi padre en el 62 y ahora me toca a mí”. En la solapa de la chaqueta lleva un pin con una foto de Lenin y la hoz y el martillo. Los compañeros bromean con él. “Tú lo que quisieras es destronar al Rey e instaurar el comunismo”, comenta un compañero entre carcajadas. A lo que él, muy serio contesta: “Pues claro”.
José Luis, de unos 40 años y con dos hijos, asegura que en 80 años la situación no ha cambiado. “Los métodos son distintos, pero el objetivo es el mismo: aplastar a los trabajadores, que somos quienes mantenemos a la clase política”. Dice estar harto de que a los mineros se les trate de aplastar. Se siente engañado por el Gobierno. Porque no cumple lo pactado, un plan de reconversión industrial para las cuencas mineras que garantice un futuro digno. “Primero llegan a un acuerdo y a los pocos años deciden no cumplirlo. Esto es demasiado, llevamos mucho tiempo así. Nosotros, no es que estemos indignados, estamos hasta los cojones”.
Son las siete y media de la mañana y esta conversación tiene lugar en un polígono próximo a la autovía a Santander, cerca de Lugones de Llanera, en Asturias. Allí se reúnen unos 30 mineros para planificar un corte de carreteras. “No podemos venir juntos porque nos tienen muy vigilados”, comenta Pelayo (nombre ficticio), el líder de este grupo de mineros. “Así que esta pequeña asamblea no puede durar mucho”.
Pasan varios coches y desde uno de ellos un hombre les mira fijamente. Pelayo decide disolver al grupo por miedo a que se trate de un policía y que en pocos minutos llegue la Guardia Civil. Deciden volver al mismo sitio dos horas después para volver a organizarse. Finalmente, cortan la autovía en ambos sentidos quemando una hilera de neumáticos, aunque no paran el tráfico durante mucho tiempo. Pronto llegan varias patrullas y no son un grupo lo bastante grande como para hacerles resistencia.
Kafixiu es un líder sindical de otro pozo minero del centro de Asturias. Todos los días dedica 12 o 14 horas a planificar sus “acciones reivindicativas”. En principio, podría parecer que no cumple el perfil de la mina. No es corpulento ni tampoco alto. Pero hablando con él se descubre que no hace falta más cuerpo para imprimir respeto. Con su voz amenazante, bromea continuamente, y se acuerda de Dios cada tres frases. Para mal. Dice que al luchar por sus derechos se arma de valor; y asegura que el resto de mineros están hechos de la misma pasta. “Tengo aquí a 40 paisanos que darían la cara por mí en cualquier situación”.
En un bar cercano al pozo muestra fotos tomadas desde un móvil. “Mira, esta es la curva de la autovía que cortamos ayer”. “En estos arbustos escondimos las lanzaderas” (nombre con el que se refieren a los tubos que utilizan para lanzar cohetes pirotécnicos contra la policía). “A pocos metros teníamos aparcada la furgoneta con neumáticos para prenderles fuego”. Hoy llevarán a cabo otro corte. “Ya está todo listo, ayer estuve hasta las dos de la mañana planeándolo. Tenemos que tener mucho cuidado. La policía quiere detenernos y diezmar el grupo. Por eso una vía de escape es fundamental”.
Mientras pintarrajea el mantel de papel, Kafixiu se considera obligado a defender su futuro y el de su hijo de cinco años. Admite que la minería ya no es tan rentable, pero eso no justifica su destrucción. “El sector hay que salvarlo en su conjunto. Que no me hablen de la prima de riesgo. Hay fondos para crear empleo, había una planificación ordenada y se la quieren cargar de un plumazo. Se trata de un atentado contra el movimiento obrero”.
Cuando se le pregunta hasta cuando piensan seguir con esta lucha resopla y levanta la vista. “Mira… Mientras no haya una propuesta ordenada y coherente mantendremos la presión. Los mineros seguirán encerrados en las minas y nosotros seguiremos con marchas pacíficas, con las barricadas y los cortes de tráfico”. “Espero que la situación cambie, porque si no, alguien se puede hacer daño de verdad”, concluye.
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